Yonqui
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N
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o deberías haberle dejado pasta a esa drogata!
–Exclamó Elena mientras enrollaba y pegaba su join tras colocarle el filtro. Una mezcla de asco y celos enturbiaban sus hermosos ojos, oscurecidos por el Kolh.
Jonás no podía decirle que Clara le había seducido fácilmente con sus ansiosas manos y su glotona boca. Frágil como una princesa desvalida de rodillas ante él, mientras el efímero sol londinense se cuajaba en el plástico grapado a las ventanas del squat. Sólo eran 30 libras. Y había prometido devolvérselas cuando sus padres le enviasen su paga mensual, las necesitaba para pagar una deuda urgente.
Además, porqué tenía que decírselo, ya no estaban juntos, ella le había dejado plantado y se había largado a Londres con Miguel, el gran macho, que una vez establecidos en el miserable squat de London Brigde había alzado el vuelo buscando caballo. Tal vez por eso Elena odiaba a los yonquis.
Tal vez lo absurdo era estar allí, en la casa ocupada que Elena compartía con más squatters y compatriotas. Durmiendo en el cuarto de ella, sobre el suelo de tarima vieja y dura, sin colchón. Lo extraño tal vez era arrastrarse al amanecer para ocupar el colchón que Elena dejaba para ir al cutre trabajo en el Cunnard Hotel. Dormir en el mismo cuarto y no poder ni tocarla. Lo excepcional era estar allí y haber escapado por un tiempo de su inapelable destino.
Dio una calada al porro y el tibio mareo le calmó un poco. Elena llevaba dos días fuera y no sabía nada. Carlos, el novio de Clara ya no estaba, se había chutado hasta el último gramo y se había ido. Entre calada y calada Jonás le contó a Elena la movida:
Dos noches antes llegó Carlos, el novio de Clara, traía una papelina o dos. Clara se había gastado todo el dinero reunido con sus mamadas en tres o cuatro papelinas y un par de botellas de vino yugoslavo. Carlos se quitó la camisa y el cinturón mientras Clara calentaba la mezcla en la cucharilla, la lujuria brillaba en sus ojos y en su lengua. Carlos se ató el brazo y se buscó un hueco entre las marcas de la vena.
“¡Espera!” -Le dijo ella, y le sacó la polla por la bragueta-. “Ni se te ocurra puta, ya sé que te gustaría pincharme ahí, pero ni loca. ¡Te parto la boca!” -Los ojos de Clara se entusiasmaron ante la propuesta, pero apartó la jeringuilla y comenzó a comerse el nabo medio erecto. Hasta que no le pinchase, Carlos no se empalmaría-. “Trae anda, y ¡sigue chupando!” -Le quitó la jeringuilla y se picó él mismo mientras Clara hacía latir el glande contra el paladar…
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